miércoles, 12 de diciembre de 2018

Por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa...

La primera vez que me indigné ante lo que vivencié como destrato de un varón a mi condición de mujer, tuve que autoexiliarme del espacio que compartía con aquel sujeto. Ya pasaba los treinta, y de pronto, un día, sentí que ya no tenía ganas de naturalizar nada más. Aquello me había dolido, y quería decidir en consecuencia de mi ser, no de mi género, que estaba bien educado para ser sumiso ante la ley del patriarcado. Tan acostumbradas estábamos a cosas que hoy no podríamos imaginar tolerar, que hasta mis propias amigas minimizaron y naturalizaron aquel episodio de maltrato, lo que yo denunciaba como una falta de respeto. "No es para tanto, no exagerés, mirá lo que vas a perder". Si por supuesto, al lado de una violación o un empalamiento, mi denuncia era mínima. Era apenas una falta de respeto motivada por mi condición de género. Hace quince años atrás todavía era impensado para una mujer pedir respeto. O sumisa, consumible y sometida, o gorda chonga fea feminista e histérica; ningún otro arquetipo era posible para ser mujer.
 
La última vez que me indigné por no querer poner el cuerpo para arquetipos que no quería seguir transmitiendo, mis compañeros, mucho más progres y comprometidos que aquellos de antaño, con muchas marchas encima y discursos sobre igualdad de derechos, me invitaron sutilmente a retirarme si no me gustaba lo que estaba sucediendo. Fue hace menos de un año. Y, por supuesto, me fui del espacio que compartía con ellos. Cuando digo que algo no me gusta, es porque lo estoy sintiendo.

Claro que hemos avanzado en todo este tiempo. Al menos hoy muchos varones pueden ver al patriarcado funcionar en los otros y condenarlo. Pero es difícil girar el espejo y verte, mirarte ejerciendo el patriarcado violento de la manera más sutil. Y el problema es que nos estamos quedando cortas de tiempo; este paso lento nos está costando muchas vidas quitadas, muchas vidas rotas. Y vos sabés bien que en lo grande siempre se espeja lo pequeño. Es tu pequeño gesto lo que alimenta el cambio real.
 
El patriarcado lo tenemos aprendido, bien aprendido, todos y todas. Por habitar un cuerpo femenino, cada día de mi vida tengo que seguir peleando, con unas y otros, para que sea escuchada y tenida en cuenta mi palabra, mi mirada; para que mi sensibilidad sea tenida en cuenta no como una desventaja, sino como una realidad; para que las decisiones estéticas no me las imponga el mercado, para que mis palabras tengan el mismo peso que las palabras masculinas en entornos de decisión y poder; junto al hecho inevitable de habitar un cuerpo femenino me llueven juicios, condenas y roles que invisivilizan lo que soy, lo que sé, lo que puedo. 
 
No estoy enojada con el varón. La cultura también le impuso, como a mí, una forma para su género. Creo profundamente en la capacidad humana de recrearse a sí mismo, y también en un futuro en donde las diferenciaciones y clasificaciones sean cosa del pasado.
 
Pero en el hoy, en el hoy muchachos, ya no queremos tener que gritar porque sentimos que no nos están escuchando. Si te digo que la estoy pasando mal, es porque la estoy pasando mal.Por favor, escucháme.
 
Porque vengo, por habitar este cuerpo de mujer, de una larga vida de tocadas de orto, menosprecios sutiles y groseros, agresiones físicas y verbales por mi apariencia o falta de consentimiento, y tu pequeño grano de arena duele sobre las ampollas de mi condición femenina. 
 
En tu piel las marcas deben ser otras, pero en la mía son estas; años de someterme por educación de género a cosas que me dejaron heridas bien profundas. Bancános en esta, nosotras también nos estamos desconstruyendo. Hacé silencio, sentáte junto a mi a escuchar dónde es que están tus espinas patriarcales, las que me pinchan en el trato cotidiano y me vuelven una bruja malherida. 

Porque de esta, hermano, no salimos si no nos damos la mano.
 
 
 


 

 

jueves, 13 de septiembre de 2018

In con cien cia

La temperatura del caldo iba subiendo bien llevada por la hoguera de la ira, que siempre fue el combustible infernal favorito. 
Del primer destrato a la primera prepoteada, de ahí a la amenaza, de ahí a la furia. 
Es mucho trabajo detener la violencia, es mucha la fuerza del alma que se lleva cada intento. 
Es pobre la educación de nuestra voluntad, y la emoción arrastra como una ola de lava.
Como ranas, parece que andamos flotando en la sopa de la violencia de cada día.
Com pul sión.
El mundo arde. Nos arde la sangre sin alivio.
Pero, como las ranas, ya no lo sentimos. Un día nos quemaremos vivos.
 
 
 
 

sábado, 31 de marzo de 2018

La Bruja de Kirikú


Desde pequeño te pegaban cada vez que hacías algo que disgustaba en lo social. Nunca te quedó claro bien qué era lo que hacías mal, pero sí te quedó bien aprendido que cuando alguien hace algo que no te gusta, podés pegar tranquilo, es lo habitual.

La violencia como forma de crianza, "un bife bien puesto", la amenaza y el grito en la infancia, la descarga anímica parental adulta expresada con violencia en la palabra y el gesto, lo llevamos tan naturalmente como un veneno del que nos alimentamos al crecer.

"Dale, si no fue nada, no llorés" dice una madre que acaba de humillar públicamente a tortazos a un infante dentro del supermercado. ¿Por qué ese niño no aprendería luego a golpear a quien sea que no cumpla con sus espectativas?

¿De dónde hemos sacado esa estúpida idea de que educar niños es enseñarles a leer, contar dinero y usar google, como si fueran monos superiores y nada más?

Adultos que gritan, insultan, pegan, que ejercen la represión, la humillación y el castigo como forma de control entre ellos, ¿no somos producto de una infancia con una educación emocional basada en esos principios?

Una infancia violentada aprende a ser violenta. Aprende mecanismos de defensa, aprende a estar alerta, porque quien debería resguardarla, la ataca. El ser humano que se endurece durante la infancia, crece sin abrir su espacio interior, sin habitar el universo emocional que lo volverá humano. Pierde su alma. Se deshumaniza, se endurece para sobrevivir porque no ha germinado su fuerza interior.

La Bruja Karavá tiene una espina enterrada en el cuerpo, que duele sin cesar. Es un dolor que viene desde las primeras traiciones, desde los primeros abandonos, desde las primeras mentiras, desde las primeras injusticias, desde los primeros desprecios, desde el primer óvulo denigrado.

A la Bruja de Kirikú le duele tanto, que ya ni recuerda que le duele, está endurecida de tanto apretar allí donde la espina ya es vértebra, alerta para que nadie pueda clavar un dolor más en su cuerpo de roca, en su alma de hierro. Sufre, sufre todo el día, desde que tiene memoria; teme dar la espalda porque en nadie confía. Aquellos que clavaron en ella la espina decían amarla.

 La Bruja Karavá no permite que nadie intente quitarle la espina. Sabe que arrancar de sí lo que recibió como amor, lo que le da la fuerza de la ira, sería un dolor insoportable. 

La Bruja Karavá toma pastillas para dormir, pastillas para seguir, cerveza para olvidar y no confía ni en su propia sombra, pero por sobre todo, nunca se queda quieta ni en silencio, porque es cuando más siente que tiene clavada una espina que le da un dolor mortal.

¿Hicimos de la infancia una trinchera donde criar perros de pelea..?












miércoles, 15 de noviembre de 2017

Atravesando el curso de las cosas (Relatos de Elphaba)

(Después del sanador, después del letargo del tiempo oscuro, le crecieron de nuevo los ojos en sus cuencos. Los otros no cayeron como dientes de leche, sólo le desaparecieron.
Dolió ver al principio tan claramente, así que tuvo que echar mucho humo entre sus ojos nuevos y lo que veía desde allí, desde el borde del mundo. )
 
Desde aquí, desde estos ojos nuevos al borde del mundo, en medio de una calesita de lenta cadencia, la vida pasa como un collar de perlas enhebradas en el que una cosa tras la otra se suceden, lógicamente, inevitablemente, como el agua. Desde fuera del tiempo, yo veo pasar y rezo mientras bajo los ojos y me apiado del dolor y la muerte, del grito y del escándalo, mientras pienso en yo niña en medio de una guerra metiéndose por la ventana de la casa de mis padres, ardiendo en el país de residencia, en el mundo en llamas. Desde el borde del tiempo puedo vislumbrar eso que teje en la oscuridad, eso que teje oscuro en el alma de los seres, eso invisible que ocupa los lugares vacíos que ha dejado lo sagrado cuando se volvió polvo dorado, humo. Eso que tiene mil nombres para ser soltado al viento mil veces por día y devorarlo todo, las almas, los versos, los motivos, las manos, la alegría, la fe. Eso que es frío. Eso que da caudal al curso de las cosas.

(Con la cabeza cubierta se sumerge en el curso de las cosas. Camina silenciosa, invisible para unos, pasajero destello sorprendente para otros, atraviesa la veloz corriente a paso de reyes, como en un antiguo ritual de siembra de los persas, dejando que su talón marque presencia sobre la Tierra, proclamando silenciosamente)

Camino y mis pies no saben bien donde pisan, pero confían en los pasos. El velo cubre apenas el crujir y el chirriar del curso de las cosas, pero se abre mi espacio interior. También me han crecido nuevos los oídos. Y mientras camino no sé bien hacia dónde, cruzando el veloz curso de las cosas, una voz que es más mía que mi voz dice, grita, proclama, sin saber cuáles de todos son los otros, "aquí estamos, sobrevivimos a la caída y al exterminio, a la muerte, al frío, a la violencia, al abandono, a la tortura, al abuso y a la soledad. Aquí estamos, semillas perdidas, sembrados a puro coraje en medio de las llamas. Que se abran las puertas para nosotros".

(Una pedrada le da en la espalda. Sabe que no tiene que darse vuelta. Tropieza con un palo, se distrae; se le acelera el paso porque la arrastra un poco el curso de las cosas. Duele la pedrada, duele el pié, necesita encontrar un refugio que le de tiempo de volver a confiar en las cosas que sabe ciertas. Un pequeño manantial para hidratar su fe. Recuerda a su maestra Laverna junto al fuego, hablando, hablando...

...la perfección es un estado de gracia que no nos será dado, mi querida guerrera. No veremos los frutos de lo que con sangre habremos regado. Pero sucederá. Sucederá porque, aún sin verlo, hemos confiado en ello.

De pronto, una pared de ladrillos, ladrillos de barro, de la que cuelga una frondosa hiedra que le recuerda a una puerta pequeña que había en el fondo del solar del templo donde la educaban. La puerta por donde salía a correr por las montañas que daban al mar. La abre, la traspasa, saliendo entra.)

-¿Cómo es que debiste llegar a este estado para encontrarme?¿cómo es que esperaste hasta estar así?- me pregunta el hombre sentado, mirándome con algo de ternura. Su cabello es blanco, su rostro, alegre. Sus manos entrelazadas se apoyan en el mesón de madera con gesto sereno e inteligente. Con gesto sabio.
(Elphaba tarda un momento en comprender que la realidad ha cambiado, que otra vez está en algún lugar al borde del curso de las cosas.)
- Porque soy difícil de derribar. Soy una Juana - digo, sabiendo que serán comprendidas mis palabras.

Bebo lo que para mi prepara, mientras me cuenta historias de sus guerras, de los días que le dieron sus saberes. Descanso en pocas y precisas palabras. En el aire se suceden imágenes presentes y pasadas.
- No sabemos si tendremos éxito - dice mientras me mira con los ojos más francos que he encontrado. - sólo sé que el espíritu de los tiempos no deja de susurrar no abandonéis el intento, y no está en mi dejar de escuchar su clamor. Quédate el tiempo que necesites, descansa. Recuerda que imaginar nuevas imágenes es lo que cambia el curso de las cosas. Mujer, conócete a tí misma. Mujer, créate a tí misma. Créate, Elphaba. Vuelve a crearte otra vez.

(Es noche en el patio del mesón donde pasa su descanso. Los helechos cuelgan de macetas de barro, y hay jazmines y azhares, y lavandas y rosas. Elphaba está sentada mirando las estrellas. Dentro del curso de las cosas no se ven como aquí. Sobre el pasto verde sus pies descalzos.)

Dos pies. No son iguales, aunque lo parecen. Nada en mi es verdaderamente simétrico..¿qué es verdadero en mí..?

(levanta los ojos al cielo, vuelve a ver las estrellas. De pronto, alquien golpea la puerta desde fuera.)





jueves, 29 de diciembre de 2016

Fuegos fatuos

En estas épocas de filosofía barata y zapatos de goma,donde la improvisación y la falsa espontaneidad son la moneda valiosa, donde ser opinólogo de todo es la carrera que la cultura impone, volver a las bases de las ideas, osar voluntariamente el intento de darse forma, de cultivar la intelectualidad con mejores imágenes, es todo un acto de rebeldía.
 
Toda época oscura y oscurantista de la historia tiene en alguno de sus momentos una quema de libros, la prohibición de la palabra y de las ideas, el cierre de los espacios de discusión filosófica.
 
Cuando yo hacía alguna de mis preguntas existenciales de la infancia, mi papá solía mirarme muy solemnemente y me decía siempre la misma frase:”todo lo que quieras saber, está en los libros”. Y seguía con lo suyo.
Quizás no fuera más que un gesto para salir del paso, pero la literalidad de la infancia lo volvió un mantra para mí. Cada vez que recibí de mis educadores una fotocopia, fui en busca del todo en el original por puro deseo de poder lograr una visión real, no parcial, práctica y dirigida por el recorte ideológico del otro. Porque entendí que comprender es llegar hasta la raíz y que se conmueva el propio pensamiento.
 
"La palabra pensar viene del latín pensare, y esta de pendere: "colgar" y "pesar", en el sentido de comparar dos pesos en una balanza. Su raíz indoeuropea es *(s)pen- (estirar, hilar)."
 
Nada tiene que ver este proceso con la actividad cerebral obsesiva de hilar un discurso sobre una situación que involucra la emoción. El pensar no tiene emoción. Es más bien un trabajo artesanal. Hilar, pesar, comparar, volver a hilar.

La síntesis es producto del trabajo voluntario de metabolizar la totalidad, de pasarla por la digestión de la fuerza de voluntad, de encontrar la pregunta propia a la que aquellas ideas responden. Pensar.

Tanta quema de libros nos dejó el cerebro con los abdominales fláccidos, y no podemos ir más allá de tres renglones cuando la lectura se propone filosófica, cuando intenta remontarnos al universo de las ideas, de los paradigmas de la humanidad, de sus grandes preguntas existenciales, de lo no práctico. Los libros ya no son puentes hacia el alma de otro, hacia las ideas e ideales de la especie humana. Se nos convierten en chicles; esta cultura ya no traga y digiere la palabra. Sólo puede apenas masticarla y seguir el hilo de la acción.
 
La cultura resuelve la digestión, sólo es necesario pensar lo que se nos dice y elaborar sobre lo dicho la propia y nefasta “opinión”, superficial, inútil, sin raíz de idea. Moscas que se posan para decorar la conversación.
 
Libertad, igualdad, fraternidad, quedaron en frases de póster, como la cara del Che Guevara en miles de remeras que desconocen las ideas que movieron sus brazos y sus pies. Quedamos apenas efervescentes y satisfechos repitiendo frases hechas sin haber entrado jamás en el laberinto de las ideas que alimentaron las gestas.
“¡Luchen por la libertad!¡sean libres!¡sean auténticos! “ embanderamos los jipis de la cultura rimbombantes frases llenas de nada, y nos quedamos tranquilos de haberlas repetido ante los niños, mientras nos descorchamos una cerveza, como nos dice la publicidad que hay que hacer para ser brillantes y cambiar el mundo. 
 
Somos modelos de nada. Nada de lo que hacemos es digno de imitar por las generaciones venideras. Nos seduce el fuego artificial de la palabra vacía, nos encanta sacarles lustre a las frases y arrojarlas al otro como muestra de nuestra sabiduría, de nuestro poder, de nuestra imagen de ficción.
 
Ya no hace falta quemar los libros ni prohibir las ideas. Nadie sabe ya para qué sirven ni cómo usarlos. 






viernes, 4 de noviembre de 2016

Pequeña Padawan...

Algo se rompe para que algo pueda construirse.
Algo termina para que pueda haber un nuevo comienzo.
Algo muere para que algo pueda renacer.

El gusano desgarra el capullo que tejió cuando decide ser mariposa. Y en ese desgarro, sus alas ganan la fuerza para poder volar.
La vida es esa rueda.
Apréndelo.

viernes, 7 de octubre de 2016

Perplejidad.

Soñé que estaba en una terraza, mirando hacer a un alegre grupo de hombres y mujeres que, con algarabía infantil, se subían a una combi en una terraza vecina.

Los ví arrancar derecho hacia el borde, hacia el final de la terraza, riendo y dando hurras por la aventura.

Abracé estremecida a mi hija que estaba conmigo allí y pensé, "Dios mío, están locos.."

Vi la combi caer al vacio mientras el grupo seguía riendo y vivando por la hazaña.

Y escuché el ruido de la combi estrellándose contra el piso.


PD: Un terapeuta en la sala..?



domingo, 2 de octubre de 2016

Ni una menos

Tenemos que volver a hablarles del amor.

No más de las dietas, de los centímetros de carne, de los afeites, de las máscaras, de las estrategias para cazar o ser cazado, no más de cómo ser elegible, de estar cogible.

Tenemos que volver a hablarles del amor.

Ese pedazo de carne que les rodea el alma se volvió soberano. Ya no es el templo para un espíritu; es la exhuberancia del monumento vacío, el culto al becerro de oro, el Trade World Center.

Tenemos que volver a hablarles del amor.

Del ir y venir del alma en el alma del otro. De cómo cuidar sentimientos como jardines, de cómo cuidar un corazón.

Porque los cuerpos con almas desgarradas, con almas negadas, se vuelven duros, áridos, sedientos. Si se calla el alma, empieza a aullar el cuerpo.

Nos olvidamos de hablarles del amor.

Entonces las desaparecen, las cazan como a gacelas y las pintan, las exhiben las venden, para que pierdan el alma de tanto ser invadidas por carnes ávidas de desalmarlas, de corromper lo humano para humillarlas, de encontrar el placer en el dolor y el desgarro.

¿Qué nos hemos hecho?

Y los manuales de la escuela enseñan a ponerse forro, a equivar naturalezas, a tocar todos los botones, como en una playstation, para lograr que el cuerpo responda con electricidad y aturda al alma, que enmudece, se acostumbra y se niega a sí misma.

Tenemos que volver a hablarles del amor.

Podemos nombrar todas las carnes posibles, pero decirles que un encuentro debe ser en amor y por amor, nos da vergüenza.

Tenemos que sacarle al amor esos ridículos volados que le han puesto, y volver a aprenderlo.

Tenemos que volver a hablarles del amor.




jueves, 29 de septiembre de 2016

El perro negro

La China tiene un perro amigo que a veces la sigue desde el trabajo hasta casa. Es un cuzquito con unos ojos tiernos, negro y marrón, hichapelotas como él solo.

Los días que corre tras la bici de la China y viene a casa, se queda a dormir en la puerta, ladrándole durante toda la noche a todo lo que se mueve. Pero lo peor es que, como yo arranco antes que Chinatown, a la mañana el perro la emprende con perseguirme a mí hasta la escuela.

De más está decir que siete y media de la mañana la calle es un quilombo, todos manejan como desquiciados, a los bocinazos y empujones para llegar con los pibes a la escuela y a la oficina y el caos es tamaño baño. Que un perro te siga en bicicleta, corriendo por el medio de la calle, totalmente ajeno a los bocinazos y las frenadas, y que los conductores te puteen de arriba a abajo,porque todos asumen que el perro es tuyo, no es la mejor manera de arrancar el día.

Así empecé.

Ya me enculé cuando abrí la ventana y lo vi, saludándome chocho del otro lado.
Las primeras cuatro cuadras de andar con la bici casi me tira dos veces. A las diez cuadras ya se habían acordado de mi vieja al menos quince personas. En la cuadra número once, ya al borde de la violencia con el perro, sin lograr sacármelo de encima después de haberle tirado palos, patadas al aire y gritos de protesta, la cabeza me hizo clic.
Y pensé:

¿Cuál es el perro negro de mi vida? ¿cuál es el problema, la situación, la angustia, la tragedia mía de cada día?

Miré al perro. El perro no desaparecía con mi enojo, y al tratar de esquivarlo, se me venía encima, con el consecuente riesgo de estrolarme de un momento a otro.

El perro negro estaba ahí, venía conmigo, no se iba a ir. Tenía que poder aceptar eso como realidad, dejar el enojo y pensar con claridad.

Intentar hacer el mismo camino de siempre con el perro al lado era una locura; él no tenía registro del peligro, y se cruzaba una y otra vez por adelante mío, y de vereda a vereda, esquivando autos que daba miedo. Había que cambiar de camino.

"Enfilo para la avenida. Donde vea muchos autos, se va a asustar y se vuelve..." pensé.

No era una mala idea. Atravesé toda la plaza de la estación, y al llegar a la avenida por la vereda, el perro ahí, chocho conmigo, moviéndome la cola como si anduviéramos de joda los dos. Paré en la entrada de la plaza. Y el perro negro ahí, conmigo.

"Va a ser más fácil intentar seguirlo a él que tratar de escaparle" pensé con un suspiro.

Y andando despacio en bici por la vereda ancha de la avenida, el perro negro dejó de ser un problema. Al trotecito, en línea recta, a la derecha de mi bicicleta, fuimos andando juntos, esperando en cada esquina para cruzar seguros, hasta llegar a la escuela, sanos y salvos, sin daños colaterales, a tiempo y tranquilos.

Flor de metáfora me espetó esta mañana la vida...






sábado, 17 de septiembre de 2016

En terapia (La herida de Narciso)

Alguna vez leí que, en nuestra parte animal, nuestro cuerpo percibe la tonicidad muscular del cuerpo del que tiene enfrente, con quien está interaccionando. Si uno de los dos tiene miedo, eso se refleja en cierto tono muscular tenso, que indica agresividad, el cuerpo está listo para atacar. Lo que el otro cuerpo percibe es esta última parte, y se alista para atacar.
Algo así era.
Me navegó un tiempo largo esa imagen. Y se me aparecieron preguntas. ¿Dónde me duelen los otros? ¿por qué provocan en mí una reacción? ¿qué lugar de dolor en mí tocan, rozan activan? El enojo es, en el fondo, un grito de dolor, una tristeza, un mecanismo de defensa contra lo que se vive como una agresión. Pero, ¿en qué elemento es que vivo yo algo como una agresión?

Soy mi propio objeto de estudio. Entiendo lo pedagógico a través del recorrido de mi propia biografía, observando los resultados en el plano anímico y social. Me observo como resultado de un sistema educativo, y lo comparo con el sistema pedagógico que transito hoy como educadora. Soy producto de una educación que atravesé durante una etapa imitativa en mi primera infancia, y soy producto de lo que emocionalmente se educó en mí al atravesar el segundo septenio de mi vida. Objetivarlo para comprenderlo es la tarea que me ocupa.
Revisar el universo de la construcción de mi emocionalidad me ayuda a comprender mi accionar, refinar mis motivos, intentar la modificación de mis conductas en pos de un accionar social un poco más sano y menos violento.

Deseducarme. Sacarme la telaraña de la violencia, del desprecio, del prejuicio, volver hacia lo que sé que traje y he perdido. Porque yo recuerdo a una niña de seis años luminosa y feliz, generosa y solidaria, respetuosa de la palabra y de los acuerdos, amorosa, confiada y entregada. Y en algún lugar del camino la perdí, y quisiera volver a encontrarla. Era realmente bella esa niña que fui.

- ...a mi no me importa en definitiva lo que el otro me está diciendo, sino el sentimiento que eso me provoca a mí adentro, Mabel (ponéle que mi terapeuta se llama Mabel.) Qué cosa de lo que él dice o de cómo lo dice me provoca esa emoción violenta, como de ofendida, qué se yo; yo siento que me sube algo, una cosa fea, una sensación fria, me enojo mucho... pero yo no quiero que me pase eso, no quiero sentir enojo. ¿Qué botón mio está tocando con eso que me dijo?¿a qué lugar lejano me lleva con esa emoción? como ese cartelito de facebook que dice "¿me ofendiste o en realidad me mostraste donde tengo todavía abierta la herida?" ¿dónde tengo esa herida, qué herida es Mabel? quiero curarla. Yo quiero que habitar mi interioridad sea la sensación más placentera del mundo, No quiero nada que arda, que duela, que pique, que ahogue. Quiero ver todo lo que tengo roto y arreglarlo. ¿Cómo hago?

(silencio)

(Mabel se queda pensando y se da golpecitos con la birome en la sien. A mi me aparece en la cabeza la imagen del librito que amaba leer en mi infancia...)